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martes, 24 de febrero de 2015

La vida en el Oeste segun Alfredo Rodríguez











                                            


  



 Seguro que les ha gustado tanto como a mi :)

El Diluvio visto desde los ojos de los pintores.

Diluvio universal es el nombre de un acontecimiento mundial, relatado en textos de diversas culturas, ampliamente aceptado por varias antiguas culturas aunque en un contexto mítico que también se narra en el Génesis, primer libro de la Biblia, en la historia de Noé que es el castigo enviado por Dios.
En esta entrada recopilaremos algunas de las obras pictoricas sobre la historia biblica del diluvio.














lunes, 23 de febrero de 2015

La Leyenda de La India Dormida

Cuenta la Leyenda que... LUBA era la hija menor del Cacique Urraca, jefe de una tribu de Guaymies, de las fastuosas montañas que besaban el sol.
Todos la llamaban FLOR DEL AIRE, y la conocian como a una indiecita sencilla pero rebelde: herencia de su raza fuerte, que lucho contra los conquistadores españoles durante años. Lo que menos imaginaba LUBA, era que se anamoraria perdidamente de uno de los oficiales españoles que sometia a su pueblo. 
 
Fue asi, como LUBA desprecio a YARAVI, un bravo guerrero de su tribu que la amaba con toda su alma sin ser correspondido. Este, victima de la ira al ver que era imposible merecer su amor, da fin a su vida, lanzandose al vacio desde lo alto de una montaña ante la triste y perpleja mirada de ella: FLOR DEL AIRE.
LUBA, por no querer traicionar a su pueblo, renuncia al amor del extranjero y llorando desesperada, penando su desventura se pierde entre la maleza, se tiende sobre la sabana y... muere.
Luba, La India Dormida en El Valle de Antón
Foto cortesia de: Yoguini Spa      

Fue asi como entonces, las colinas y los valles en abrazo melancolico la cubren y deciden perpetuar su figura, esculpiendola en una majestuosa montaña para recordarla siempre.
Revista Turisteando en Panama, 2007.
La India Dormida en el amanecer, El Valle de Antón
La India Dormida en el dia, El Valle de Antón
La India Dormida en el atardecer, El Valle de Antón
Fotos cortesia de: Murli Daswani      

La india dormida

POR LUISITA AGUILERA P.
Llegó el día en que Piria iba a ser consagrada esposa del sol. Tendida en su estera la joven pasó revista a todos los acontecimientos de su vida, desde su feliz infancia hasta su lozana juventud. Con ternura recordó a su madre siempre dulce y cariñosa, y a su padre Mani Yisu cuya sola presencia hacia temblar a sus mujeres pero que desarrugaba su adusta faz al verla. Jamás escuchó de esos labios imperativos y severos para cuantos lo rodeaban, un no a un anhelo, a un deseo suyo. —¡Viejo y querido padre! —murmuró con los ojos nublados por el llanto—. ¡Cuán solo te encontrarás después de mi partida! Recordó luego a Chirú. El apuesto y valiente guerrero que se prendó de sus hechizos y que en poéticas palabras le mostrara su pasión. ¡Cómo latió su corazón por el extranjero gentil! En las verdes praderas, bajo las noches estrelladas, él le habló de su amor y sus ensueños. ¡Cuántas veces ruborosa dejó apri- sionar sus manos por las fuertes y ardorosas del mancebo! ¡Cuántas veces se contempló en aquellos ojos que con tanta ternura la miraban! ¡Cuántas veces estuvo a punto de dar el sí, de besar esos labios que temblaban amorosos! Y cuántas veces también una fuerza inexplicable dominadora de su voluntad impuso silencio a su emoción.
¡Pobre Chirú! ¿Dónde estaría ahora? Unos decían que había muerto; otros que había partido a regiones lejanas. ¡Al pensar en todo esto sentía un poco de pena por él...!
De pronto su pensamiento se detuvo en Montevil, aquel joven de su tribu que también la pretendiera. Ambicioso, arrogante y de un valor a toda prueba, su padre aceptó con agrado sus razones. Ella no; el mozo sólo recibió desdenes. Pero por mucho tiempo no olvidó el gesto de rencor que se dibujó en la faz de su enamorado ante el no rotundo con que le puso fin a sus aspiraciones. Nunca contó a su padre sus temores de que Montevil quisiera vengarse y se alegró de su actitud. Él pareció olvidarla, y al final, ella también olvidó. Mas ahora sin saber por qué, el gesto de aquel hombre volvía a atormentarla. Un funesto presentimiento oprimió su pecho. Con un esfuerzo de voluntad se rehizo.
—¿Por qué recordar cosas desagradables en el día más féliz de mi existencia? —se dijo.
Un ruido de tambores hizo a Piria incorporarse. Ayudadas por sus doncellas que velaron con ella, se vistió una túnica de lienzo y se colocó sus joyas. Su padre, acompañado de los principales de las tribus y de una multitud engalanada con sus trajes de fiestas, la esperaba para conducirla al templo. El cortejo atravesó varias calles y llegó al santuario situado en la roca al borde de un abismo. En él ya estaban los sacerdotes que la esperaban para iniciar la ceremonia. Colocaron a Piria sobre una finísima estera de colores, mientras enviaban al sol una sentida plegaria. Una especie de himno cuya música solemne y majestuosa llenaba de emoción los corazones. Extendieron los brazos, y en ese instante un rayo de luz diáfana y pura cayó sobre Piria rodeando de un halo brillante su gentil y esbelta figura. Quedaba consagrada esposa del sol, intocable para los humanos.
La vida siguió su curso. En el templo Piria cuidaba llena de placentera unción el fuego sagrado. Dejarlo apagar era símbolo de deslealtad al dios. La sacerdotisa reputada como impura debía morir en un suplicio espantoso, enterrada viva. Mas la nueva esposa del sol no temía que la llama por ella cuidada se extinguiera. Había desligado su corazón de todo terreno afecto. Su alma entera, su cuerpo inmaculado, todo su ser pertenecía al sol; vivía com- pletamente apartada de todo cuanto sucedía fuera. La jefatura de la tribu era electiva, mas por primera vez se hicieron frecuentes las disenciones en el seno del consejo formado por los nobles. Un grupo era capitaneado por el padre de Piria; el otro por Montevil, el amante desdeñado de la muchacha. Montevil no había ahogado su amor; lo había ocultado simplemente. Pero al par de su cariño sentía odio profundo por quien lo despreciara. ¡Misterios del corazón! A veces quería ver a la jovencita arrastrarse a sus pies, pisotearla, hacerla sentir mil torturas, matarla. Mas, sabía que si tal cosa sucediera, él moriría. Faltando Piria no quería vivir.
Cuando la joven se hizo esposa del sol, creyó enloquecer. Pretextando un asunto urgente se ausentó del poblado en la fecha destinada para la ceremonia. Un tiempo pasó lejos. No obstante su vida era un tormento continuo; la dulce imagen de la muchacha se le presentaba sin cesar impidiéndole el reposo. En su desesperación llegaba a maldecirla, a desearle mil muertes. Amaba, odiaba y sufría, ¡cuán desgraciado era! Su dolor llegó a hacerse tan fuerte, tan intolerable, que dispuso regresar. Tenía que ver a Piria, empaparse de su presencia, oír su voz, costare lo que costare. Repartió el oro, sobornó, compró, que todo se vende cuando hay con qué pagarlo. Una noche en que Piria velaba cuidando el fuego encargado a su guardia, apareció ante ella.
En el primer instante, la joven que no comprendía cómo pudo llegar allí, se sintió angustiada. ¿Qué hacer? ¿Huir, gritar? Ambos caminos eran peligrosos. Mejor callar. Y no es que tuviera miedo a la muerte; por espantosa que ésta fuera no la asustaba. Pero no podía aceptar aparecer como mala ante el pueblo que la consideraba pura. ¿Qué sería de su padre después de esto? ¿Cómo soportar la mancha que caería sobre su nombre?
Todos estos pensamientos pasaron veloces por su cerebro, mientras inmóvil contemplaba al indio que mudo también la miraba con fijeza.
—¡Oh sol, ayúdame! —imploró en voz baja. Casi de inmediato dirigió su vista al fuego. Sus ojos tropezaron con el cuchillo de piedra con el que se cortaban las virutas olorosas que ayudaban a mantener la llama. Sonrió ya más segura. Con ademán resuelto tomó el arma y levantó arrogante la cabeza.
El movimiento de Piria para apoderarse del cuchillo fue tan rápido, que el mozo sólo vino a darse cuenta de lo ocurrido cuando ella lo blandiera arrancándole gracias a la luz, fulgentes destellos.
—¿Qué buscas Montevil? —díjole.— ¿Cómo has osado profanar este santuario? No te acerques —añadió al ver que el hom- bre hacía ademán de aproximársele—. Si das un paso me clavo el cuchillo en el pecho.
Todo el amor violento y apasionado que una vez sintiera Montevil por la gentil mujer que tenía delante, renació con mayor fuerza. Quiso lanzarse hacia ella, mas al ver la fría resolución que se pintaba en los ojos de Piria, se contuvo temiendo que cumpliera su palabra. La sabía muy capaz de realizar su amenaza. Su gesto se transformó en otro de súplica.
—Piria, te adoro —pronunció con acento emocionado—. Estoy loco por ti. Dime que alguna vez han de contemplarme con amor tus ojos.
—Nunca —contestó orgullosamente la sacerdotisa—. Soy la esposa del sol. Vete de aquí y no vuelvas.
—Piria,... yo... te juro que...
—Sal, aléjate de este lugar que manchas con tu presencia — interrumpió airada—. Teme el castigo de la divinidad. Dominado por el gesto y la palabra de la joven, Montevil bajó la cabeza. Un segundo después desaparecía como tragado por la tierra.
La energía ficticia que había sostenido a Piria hasta ese instante, la abandonó. Sin fuerzas casi y temblando de pavor se recostó en un banquillo para reponerse.
Montevil se retiró descorazonado y pesaroso de su encuentro con Piria. El Sacerdote que le había ayudado a poner en ejecución su plan para ver a la muchacha lo hizo salir al exterior. Se dirigió a su casa haciendo proyectos y más proyectos. Ora pensaba raptar a la doncella, ora pensaba marcharse para siempre de su tierra. Olvidaría sus sueños de gloria, su ambición de ser el jefe supremo de la tribu. Comprendía que nada lograría alcanzar de la mujer que amaba tanto, aun cuando saliese vencedor en el Consejo. ¿Para qué entonces esforzarse? ¿Para qué luchar? ¿Para qué la riqueza y los honores si no podía conseguir a Piria?
En un estado de gran excitación llegó a su casa y se arrojó en su estera. Imposible conciliar el sueño. La figura de Piria llenaba su mente impidiéndole pensar en otra cosa, impidiéndole dormir. Creía que su cabeza iba a estallar. Agobiado se revolvía en el petate de un lado a otro. Quería escapar a la idea fija y obsesionante de Piria, pero la muchacha, sus ademanes, sus movimientos, toda ella estaba grabada en su cerebro; imposible reemplazarla con otro pensamiento.
En la mañana, algo más tranquilo, pidió consejo a uno de los guerreros, su amigo y confidente. Éste dióle nuevas energías y le convenció de que si deseaba a Piria, necesitaba primero adquirir la jefatura. Reanimado con las palabras de su amigo, se dispuso a continuar la campaña para ganar adeptos. Entre tanto Mani Yisu no perdía el tiempo. Había agrupado en torno suyo a todos los viejos, a los conservadores, a todos los que podían menos que mirar con horror las innovaciones que decían iba a realizar la gente moza si llegaba al poder. Después de aquella noche de su visita a Piria, Montevil no intentó verla de nuevo; esperaba el triunfo para presentarse ante ella en toda la majestad de su gloria, y salió vencedor.
Pasadas las fiestas con que se celebró la elección del nuevo jefe, éste avisó a los sacerdotes que iría al templo. Piria fue informada que debía presentarse con todas las sacerdotisas para recibir al triunfador.
Por muy ausente que ella viviera de las cosas mundanas, tuvo por fuerza que enterarse de la victoria de su enamorado. Por un instante se llenó de pavor, pero luego se soprepuso. —El sol que una vez me salvó, me librará de nuevas asechanzas —se dijo y tranquila esperó.
Desordenadamente latió el corazón del guerrero al ver nuevamente a la muchacha; y aunque ésta ni siquiera lo miraba, Montevil se juró a sí mismo hacerla suya por cualquier medio. La indiferencia de Piria avivaba su amor.
Como primera providencia hizo mil regalos a los sacerdotes. Ofrecióles tierras y riquezas para contribuir, según decía, al mejor servicio y prestigio del templo. Despertada de este modo la codicia de aquellos, poco a poco fue arrancándole concesiones. Todas fueron sin embargo, pagadas a precio de oro. Para conseguirlo, Montevil impuso nuevos tributos y declaró la guerra a sus vecinos para saquear las poblaciones. Logró adquirir un tesoro inmenso que en gran parte pasó a las manos de los sacerdotes del sol. Su jefatura que comenzó bajo auspicios tan favorables fue objeto del odio y la maldición del pueblo. Pero nada de eso importaba a Montevil. Iba derecho a un fin y ningún obstáculo lo detendría. En el templo tenía franca la entrada. Los culpables sacerdotes no podían aun queriéndolo, impedir sus visitas, ni tampoco que persiguiera a Piria con la eterna cantinela de su amor. Mas la niña permanecía irreductible y Montevil sentía crecer, agigantarse su pasión ante esa oposición sistemática y tenaz a sus más caros anhelos.
—Medita bien lo que haces, Piria —díjole un día exasperado—. Si no aceptas lo que te propongo haré dar muerte a tu padre. Fácil será para mí hacerle culpable de un delito que merezca la última pena. Recuerda que ahora soy el jefe y que nada se opone a mi voluntad. Y cuando veas su cabeza rodar por el polvo, entonces sabrás lo que cuesta no inclinarse a mis deseos. Tan horribles palabras hicieron estremecer a Piria que sollozante ocultó la cabeza entre las manos. Al verla así, templó su furor el mozo.
—Piria, Piria —díjole anhelante—. Acepta ser mi esposa. Mi amor por ti es inmenso. Pondré a tus pies todos los tesoros de la tierra. Te daré gloria y poder. Tú serás la dueña y yo el esclavo.
—Apártate tentador. Jamás podré quererte. Ayer pude admirar tu valor, tu orgullo y gallardía. Hoy, tú y tu funesta pasión me dan miedo y me repugnan porque tus manos están manchadas de sangre. ¡Hasta aquí han llegado los clamores de tantos y tantos inocentes sacrificados a tu insensato amor, a tu codicia! Sé de tus crímenes, y de las traiciones cometidas con los caciques a quienes llamabas tus amigos. ¡Has destruido mi vida, mi felicidad! ¡Que muera mi padre, que perezca yo, antes que tus impuras manos se acerquen a mi cuerpo!
Y como él quisiera abalanzarse sobre ella, sacó el cuchillo que desde la primera visita de Montevil llevaba siempre consigo. —Si das un paso, caeré muerta a tus pies. Ahora sal, y no regreses jamás.
—Has vencido Piria, pero te acordarás de mí. Días más tarde, los redobles del tambor anunciaban al pueblo que se imponía a un hombre de alta alcurnia la pena capital. El temor se apoderó de todos. ¿ A quién le habrá tocado el turno ésta vez?, se preguntaban medrosos. Poco después vieron con espanto caer destrozada por los golpes terribles de la maza, la noble cabeza de Mani Yisu. Piria lloró mucho cuando lo supo, considerándose culpable. Pero se tranquilizó, cuando en sueños vió a su padre feliz en un lugar muy bello. Le hizo una señal, y ella cual ligera pluma, se elevó al reino del sol.
Una mañana en que un sol esplendoroso doraba las cumbres de las verdes y azules montañas, Piria paseaba por el jardín del templo. Recogía un botón caído cuando sintió tras sí una respiración jadeante. Volvió la cabeza asustada y contempló el rostro descompuesto de Montevil. Al ver retratados en su faz sus groseros apetitos, huyó. Casi alcanzada por su perseguidor, se acercó al borde del obscuro y profundo precipicio. Allí cayó exhausta.
—¡Oh sol —imploró— sálvame!
Montevil loco de deseo fue a estrecharla entre sus brazos; mas se detuvo no dando crédito a sus propios ojos. Piria estaba al borde del abismo, pero al recibir sobre sí los rayos del sol, se hizo parte de la roca misma. Así la vió yacente, inmóvil, perfilándose en la piedra viva, los contornos de su rostro bello y de su cuerpo grácil. Y mientras así dormida para siempre recibe la india al paso de los siglos los besos suaves de su dios a quien se consagró, Montevil, herido de locura repentina, destrozado su cuerpo y su alma pecadora en las profundidades de la sima, quedó convertido en un torrente de ondas impetuosas. Y todas las mañanas se escucha cerca de la India de Piedra que duerme un sueño sin fin, el rumor de las aguas que corren lanzando un sollozo y una imploración.
Es la voz de Montevil, que en las honduras de la tierra, expía el delito de haber amado a una esposa del sol.
Conocian la leyenda? 

Por cortesia de http://www.elvalle.com.pa/

Pintor de la semana: Iliá Repin


Iliá Yefímovich Repin, Chugúyev, Imperio ruso, 24 de julio 5 de agosto de 1844 - Kuokkala, Finlandia, 29 de septiembre de 1930) fue un destacado pintor y escultor ruso del movimiento artístico Peredvízhniki. Sus obras, enmarcadas en el realismo, contienen a menudo una gran profundidad psicológica y exhiben las tensiones del orden social existente. A finales de los años 20 comenzaron a publicarse en la URSS detallados trabajos sobre su obra y alrededor de diez años después fue puesto como ejemplo para ser imitado por los artistas del realismo socialista.(http://es.wikipedia.org/wiki/Ili%C3%A1_Repin)

A continuacion obras del pintor y un video de youtube recopilando todas sus obras:

















La guerra de los boers

Los orígenes
La guerra de los boers, o Guerra Anglo-Boers, es una de las primeras  confrontaciones que permitieron desencadenar la agresión de los imperialismos, inmediatamente antes de la Primera Guerra Mundial. La lucha en Transvaal y Orange presenta, además, el triste antecedente de haber sido la primera guerra en que se utilizaron masivamente los campos de concentración para la población civil.

Los orígenes de esta guerra se encuentran en 1805, cuando los ingleses ocuparon la Ciudad del Cabo, en manos de colonos de origen holandés, conocidos como boers. Siglo y medio antes, en 1652, la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, había levantado una fortificación en El Cabo, en torno a la cual creció la ciudad. Diez años después de la ocupación inglesa, el congreso de Viena (1815) les entregó este territorio. A partir de entonces, los boers vivieron bajo administración inglesa, la que introdujo el inglés como lengua oficial, lo que provocó agitaciones y problemas.
La llegada de colonos ingleses obligó a la marcha de los  boers, hacia el interior del continente (Trek o emigración), cruzando los ríos Vaal y Orange. Fueron más de 10.000 familias las que efectuaron la "gran Trek", en 1837. Como consecuencia de ello, los trekkers  crearon las repúblicas de Transvaal y Orange. Sin embargo, el expansionismo inglés, siguió avanzando y tomó el control de la ciudad de Natal. 
Entre 1852 y 1854, los ingleses admitieron la existencia de las dos repúblicas, interrumpiendo su agresiva penetración hacia los territorios del interior. Ello hasta que se descubrieron riquezas diamantíferas en sus tierras.
En 1877, la Gran Bretaña proclamó su soberanía sobre Transvaal, lo que provocó la resistencia de los colonos boers. Después de algunos combates adversos a los ingleses, terminaba la primera guerra boer con un nuevo reconocimiento de la independencia y soberanía de ambas repúblicas. Sin embargo, Inglaterra no cejará en su intento de ocupar aquellos territorios.
La guerra.
Así, en 1884, cuando se descubrió oro en Transvaal, el imperio británico fomentó la entrada de aventureros sin escrúpulos que provocaron desórdenes en las repúblicas boers. La situación de tensión llegó a tal extremo que, en 1899, el Presidente de Transvaal, Paul Kruger, para mantener a raya las pretenciones inglesas, puso medidas restrictivas para la concesión de los permisos de explotación a los ingleses. La tensión aumentó a tal nivel, que la guerra no tardó en desencadenarse.
Los boers invadieron las colonias británicas de El Cabo y Natal, poniendo cerco a Ladysmith, Mafeking y Kimberley, donde derrotaron a una fuerza expedicionaria inglesa. La ofensiva británica fue detenida en Colenso donde unos pocos miles de boers, casi sin artillería, diezmaron a una columna de 80.000 ingleses. Al mismo tiempo un pequeño ejército boer penetraba en la provincia de El Cabo derrotando a los ingleses en Stomberg.
Conmocionados por las derrotas, los ingleses comenzaron a acumular tropas y cañones. Para oponérseles, los boers apenas tenían artillería y estaban escasos de municiones. En tres frentes los ingleses iniciaron la ofensiva, sólo para sufrir una nueva derrota en Spionkob. Pero, en febrero de 1900, lograron su primera victoria en Paardeberg y ocuparon Orange. En junio de 1900 invadían Transvaal y derrotaban a los boers en Diamond Hill y Belfast. La guerra se convirtió en una guerra de guerrillas, donde los boers, faltos de munición y provisiones, terminaron por rendirse en 1902. Las dos repúblicas quedaron incorporadas a la Corona Británica.
Los campos de concentración y las deportaciones.
La guerra había costado a Inglaterra 22.000 muertos y una gran humillación a su orgullo de potencia colonial. Como consecuencia de ello, gran parte de la población civil boer fue sometida a durísimos campos de concentración. Lo prueba la cifra de muertos en cautiverio, cerca de 28.000 personas, en circunstancias que apenas 7.000 murieron en combate. Efectivamente, al terminar la guerra, unos 154.000 civiles boers habían sido detenidos en 33 enormes complejos, formados por casuchas y carpas, a cargo de un superintendente, un doctor y unas pocas enfermeras. Entre ellos, los más renombrados fueron los campos de Norvalspon, Potchefstroom, Pietermaritzburg y Bloemfontein. El tifus y la disentería, obviamente, cobrarían muchas víctimas entre esas mujeres y niños, calculándose que provocaron unos 20.000 muertos.
A ellos se sumaron varias decenas de miles de prisioneros, que volvieron a la vida civil completamente devastados en cuerpo y alma. Muchos de aquellos prisioneros, junto a sus familias,  fueron deportados a lugares tan distantes del conflicto como el Caribe o la India. Algunos de ellos, después de viajar de regreso a Holanda, llegaron también a Chile. Además, junto a la población blanca, otros 107.000 boers de raza negra, fueron recluidos en alrededor de 100 distintos, con una cifra de mortalidad que varió, según las fuentes, entre los 7.000 y los 13.000.
Bajo la Comunidad de Naciones, en 1909, se aprobó la Constitución de un Estado federativo, y poco después, pasaron a convertirse en provincias de esta Unión las colonias inglesas de El Cabo de Buena Esperanza, Natal, Transvaal y el Estado Libre de Orange, conformándose lo que se llamó Unión Sudafricana (1910). Durante la Primera Guerra Mundial los boers intentaron recuperar la independencia del Transvaal, sin conseguirlo. En el año 1961, la federación se independizó de la Mancomunidad británica y cambió el nombre de Unión Sudafricana por el de República Sudafricana.
La República Sudafricana se caracterizará por su sistema de segregación racial, que marginará a los negros de todos los derechos políticos, estableciendo la supremacía de la minoría blanca, régimen que fue repudiado por las Naciones Unidas. La represión contra la mayoría negra, solo terminó con el derrumbe del sistema de apartheid, en los años 1990, cuando se realizaron negociaciones que permitieron elecciones libres, asumiendo como Presidente de la República el líder de la resistencia negra Nelson Mandela.

domingo, 22 de febrero de 2015

Jean-Léon Gérôme (11 de mayo de 1824 - 10 de enero de 1904); pintor y escultor francés academicista cuyas obras son, por lo general, de tema histórico, mitológico, orientalismo, retratos y otros temas, con lo que lleva al Academicismo tradicional a un clímax artístico. Es considerado uno de los pintores más importantes de este período académico, y además de ser pintor y escultor, fue también un maestro con una larga lista de estudiantes.








Mas pinturas aqui:  http://www.jeanleongerome.org/

viernes, 20 de febrero de 2015

Gengis Kan El Consquitador



 Esta biografia se a sacado totalmente de Biografias y vidas. Les animo desde aqui a seguir esta pagina excelente :) http://www.biografiasyvidas.com/monografia/gengis_kan/



Quien estaba llamado a forjar el más vasto imperio que ha conocido la humanidad nació en las desoladas estepas de Mongolia, allí donde el frío y el viento hacen a los hombres duros como el diamante, insensibles como las piedras y tenaces como la hierba áspera que crece bajo la nieve helada. El pueblo mongol era uno de los pueblos nómadas más pequeños que vagaban con sus rebaños por los confines del desierto de Gobi, en busca de pastos. Cada uno tenía su propio kan o príncipe, encargado de cuidar que en su territorio reinase un cierto orden.
Los kiutes, tribus del suroeste del lago Baikal, habían elegido como jefe a Yesugei, quien había conseguido reunir bajo su mando unas cuarenta mil tiendas. Al volver de una batalla contra los tártaros, el guerrero se encontró con que su favorita, Oelon-Eke (Madre Nube), le había dado un heredero, al que llamaron Temujin. El niño tenía en la muñeca una mancha encarnada, por lo que el chamán pronosticó que sería un famoso guerrero. Años después, en efecto, Temujin se convertiría en Gengis Kan, el célebre conquistador mongol. Su nacimiento figura en los anales chinos en el año 1162, Año del Caballo.
Gengis Kan

Tenía nueve años cuando su padre, según la costumbre mongólica, lo llevó consigo en una larga marcha para buscarle esposa. Atravesaron las vastas estepas y el desierto de Gobi, y llegaron a la región donde vivían los chungiratos, lindando con la muralla china. Allí encontraron a Burte, una niña de su edad que, según la tradición, sería «la esposa madre que le fue entregada por su noble padre».
El destino de Temujin sufrió un grave revés cuando Yesugei, su padre, murió envenenado por los tártaros. Tenía entonces trece años y tuvo que asistir a la ruina de los suyos, ya que las tribus que se habían reunido alrededor de su padre comenzaron a desertar, pues no querían prestar obediencia a una mujer ni a un muchacho. Pronto Oelon-Eke se vio sola con sus hijos. Tenían que reunir ellos mismos el mermado rebaño que les quedaba, y comer pescado y raíces en lugar de la dieta habitual de carnero y leche de yegua. Fue una época de verdadera penuria en la que un tejón constituía una pieza de enorme valor, por la que los hermanos podían enfrentarse a muerte entre sí.
La situación se agravó aún más cuando la familia se vio atacada por el jefe de la tribu de los taieschutos, Tartugai, quien le condujo a su campamento amordazado por un pesado yugo de madera al cuello y vendado por las muñecas para ser vendido como esclavo. Temujin pudo liberarse una noche: derribó a su guardián y le aplastó el cráneo con el yugo, y se escondió en el cauce seco de un arroyo del que no salió hasta el amanecer. Después de convencer a un cazador errante para que le liberase del yugo y le ocultase por un tiempo prudente, Temujin pudo regresar a su campamento. Esta hazaña le dio gran fama entre los demás clanes, y de todas partes comenzaron a llegar jóvenes mongoles para unirse a él.
Representación de Gengis Kan sobre un tapiz

La vida de Gengis Kan es una serie ininterrumpida de batallas victoriosas: la primera la libró contra los merkitas, en castigo por haber raptado a Burte, su mujer, y el éxito se lo debió a la ayuda que le brindó la tribu de los keraitos, un pueblo turcomongol que contaba con muchos cristianos nestorianos y musulmanes. El jefe de los keraitos, Toghrul, puso a su disposición una tropa numerosa para atacar a los merkitas, y cuenta la «saga mongola» que, como resultado de la expedición punitoria, trescientos hombres fueron pasados a cuchillo y las mujeres fueron convertidas en esclavas.
Después de vencer a los merkitas, el futuro Gengis Kan ya no se encontró solo: tribus enteras se unieron a él. Su campamento crecía día a día y a su alrededor se forjaban ambiciosos planes, como el de hacer la guerra a Tartugai. En 1188 logró reunir un ejército de 13.000 hombres para enfrentarse a los 30.000 guerreros de Tartugai, y los derrotó cómodamente, señalando así el que sería su destino: luchar siempre contra enemigos muy superiores en número y vencerlos. De resultas de esta victoria volvió a establecerse nuevamente en los territorios de su familia, cerca del río Onón, y todas las tribus que a la muerte de su padre le habían abandonado volvieron a reunirse a su alrededor, reconociéndolo como único jefe legítimo.
Guiando a sus tropas
Rey de los mongoles
Corría el año 1196, y entre los mongoles corrió la voz de que había llegado el momento de elegir un nuevo rey de los mongoles entre los jefes de los campamentos. Cuando el chamán declaró que el Eterno Cielo Azul había destinado a Temujin para tal cargo nadie se opuso, y la elección del nuevo kan, que entonces contaba con veintiocho años de edad, fue celebrada con gran esplendor. Temujin se preocupó ante todo de fortalecer su propia tribu, de constituir un verdadero ejército y también de estar informado de cuanto acaecía en sus tribus vasallas.
Bajo su mandato logró unificar a todas las tribus mongoles para ir a la guerra contra los pueblos nómadas del sur, los tártaros, y les infligió una severa derrota en 1202. En recompensa el emperador chino, enemigo acérrimo de los tártaros, le concedió el título de Tschaochuri, plenipotenciario entre los rebeldes de la frontera. Su alianza con el kan de los keraitos, por otra parte, le daba cada vez mayor poder. Los pueblos que no se le sometían eran derrotados en el campo de batalla y empujados hacia la selva o los desiertos, y sus propiedades repartidas a manos de los vencedores. Así la fama de los mongoles eclipsó la de todas las demás tribus, expandiéndose hasta los confines de las estepas.
Pero la ambición de su jefe llegaba más lejos: en 1203 se volvió contra sus antiguos aliados, los keraitos: atacó a Toghrul por sorpresa con el apoyo de las tribus del este y aniquiló al ejército que tantas veces le había ayudado. Al año siguiente dirigió la lucha contra los naimanos, turcos de Mongolia occidental que vivían en las montañas de Altai. Esta vez el jefe mongol dio muestras de una magnanimidad poco habitual en él, esforzándose por favorecer el cruce de ambos pueblos y conseguir que el suyo asimilara la cultura superior de los vencidos. Pero no era ésta su acostumbrada norma de conducta, ya que el jefe mongol reunía todas las características del guerrero despiadado y cruel, afecto a las ejecuciones colectivas y a la destrucción sistemática de los territorios conquistados. Con los suyos, Temujin era también inexorable y despiadado como la estepa y su terrible clima. Invariablemente mataba a cuantos pretendían compartir con él el poder o simplemente le desobedecían.
Tal fue el caso de Yamuga, su primo y compañero de juegos en la infancia, con quien había compartido el lecho en los días de adversidad y repartido fraternalmente los escasos alimentos de que disponían. Disconforme con su papel de subordinado, Yamuga le plantó cara y, tras diversas escaramuzas, se refugió en las montañas seguido únicamente por cinco hombres. Un día, cansados de huir, sus compañeros se arrojaron sobre él, le ataron sólidamente a su caballo y le entregaron a Temujin. Cuando los dos primos se encontraron, Yamuga reprochó a Temujin que tratara con aquellos cinco felones que habían osado alzar la mano contra su señor. Reconociendo la justicia de tales críticas, Temujin ordenó detener a los traidores y decapitarlos. Seguidamente, sin inmutarse, dio orden de que estrangularan a su querido primo.
Emperador universal
En el 1206, Año de la Pantera, cuando ya todas las tribus de la Alta Mongolia estaban bajo su dominio, Temujin se hizo nombrar Gran Kan, o emperador de emperadores, con el hombre de Gengis. En el curso de una importante asamblea de jefes, Temujin expuso su idea de que el interés general exigía nombrar un kan supremo, capaz de reunir toda la fuerza nómada y lanzarla a la conquista de ciudades fabulosas, de llanuras salpicadas de prósperas casas de labranza y de puertos riquísimos donde atracaban los navíos extranjeros. Ante la enumeración de estas posibilidades, los mongoles se estremecieron de codicia. ¿Quién podía ser ese caudillo de caudillos? El nombre de Temujin, que ya había sido aclamado jefe de una importante confederación de tribus y era a la vez respetado y temido, voló de boca en boca. Oponerse a su idea podía ser peligroso, y apoyarla no era sino consagrar un estado de cosas y quizás conseguir grandes botines.
A su lado, en la ceremonia de coronación, estaban su esposa Burte y los cuatro hijos varones que habla tenido con ella: Yuci, Yagatay, Ogodei y Tuli. Eran los únicos de sus descendientes que podían heredar el titulo de Gran Kan, privilegio que no alcanzaba a los que había tenido con sus otras esposas (entre ellas, algunas princesas chinas y persas), ni tampoco a los de su favorita, Chalan, la princesa merkita que solía acompañarlo en sus campañas guerreras. Tras su coronación, se rodeó de una insobornable guardia personal y comenzó a enseñar a sus antiguos camaradas lo que él entendía por disciplina.
La proclamación de Gengis Kan

Gengis Kan dedicó sus esfuerzos a poner orden en las estepas, imponiendo una severa jerarquía en el mosaico de tribus y territorios que se hallaban bajo su dominio. Reinó de acuerdo a las leyes fijas del severo código mongol conocido con el hombre de Yasa, que sirvió de base para las instituciones civiles y militares, y organizó su reino de modo que sirviese exclusivamente para la guerra. Inculcó a sus súbditos la idea de nación y les puso a trabajar en la producción de alimentos y material bélico para su ejército, reduciendo sus necesidades al mínimo exigido por la vida diaria con objeto de que todos los esfuerzos y las riquezas sirviesen para sostener a los combatientes.
Con ellas pudo crear un verdadero estado en armas, en el que cada hombre, tanto en tiempos de paz como de guerra, estaba movilizado desde los quince hasta los setenta años. También las mujeres entraban en la organización con su trabajo, y para ello les concedió derechos desconocidos en otros países orientales, como el de propiedad. El fin de dicho andamiaje social y político estaba destinado a lograr el eterno objetivo de los nómadas: apoderarse del imperio chino, detrás de la Gran Muralla. Antes de cumplir cuarenta y cuatro años, Gengis Kan tenía ya dispuesta su formidable máquina guerrera. No obstante, si en aquella época una flecha enemiga hubiera penetrado por una de las juntas de su armadura, la historia no habría recogido ni siquiera su nombre, pues las mayores proezas de su vida iban a tener lugar a partir de aquel momento.
A los pies de la Gran Muralla
En el año 1211 Gengis Kan reunió todas sus fuerzas. Convocó a los guerreros que vivían desde el Altai hasta la montaña Chinggan para que se presentaran en su campamento a orillas del río Kerulo. Al este de su imperio estaba China, con su antiquísima civilización. Al oeste, el Islam, o el conjunto de naciones que habían surgido tras la estela de Mahoma. Más a occidente se extendía Rusia, que era entonces un conglomerado de pequeños estados, y la Europa central. Gengis Kan decidió atacar primero China. En 1211 atravesó el desierto de Gobi y cruzó la Gran Muralla. La mayor conquista de los mongoles, la que los transformaría en un poder mundial, estaba al caer. Aprovechando que el país se hallaba en guerra civil, se dirigieron contra la China del norte, gobernada por la dinastía de los Kin, en una serie de campañas que terminaron en 1215 con la toma de Pekín.
Gengis Kan dejó en manos de su general Muqali la dominación sistemática de este territorio, y al año siguiente regresó a Mongolia para sofocar algunas rebeliones de tribus mongoles disidentes que se hablan refugiado en los confines occidentales, junto a algunas tribus turcas. Desde allí inició la conquista del gran imperio musulmán del Karhezm, gobernado por el sultán Mohamed, que se extendía desde el mar Caspio hasta la región de Bajará, y desde los Urales hasta la meseta persa. En 1220 el sultán moría destronado a manos de los mongoles, que invadieron entonces Azerbaidyán y penetraron en la Rusia meridional, atravesaron el río Dniéper, bordearon el mar de Azov y llegaron hasta Bulgaria, al mando de Subitai. Cuando ya todo el continente europeo temblaba ante las hordas invasoras, éstas regresaron a Mongolia. Allí Gengis Kan preparaba el último y definitivo ataque contra China. Mientras tanto, otros ejércitos mongoles habían sometido Corea, arrasado el Jurasán y penetrado en los territorios de Afganistán, Gazni, Harat y Merv.
En poco más de diez años, el imperio había crecido hasta abarcar desde las orillas del Pacífico hasta el mismo corazón de Europa, incluyendo casi todo el mundo conocido y más de la mitad de los hombres que lo poblaban. Karakorum, la capital de Mongolia, era el centro del mundo oriental, y los mongoles amenazaban incluso con aniquilar las fuerzas del cristianismo. Gengis Kan no había perdido jamás una batalla, a pesar de enfrentarse a naciones que disponían de fuerzas muy superiores en número. Es probable que jamás lograra poner a más de doscientos mil hombres en pie de guerra; sin embargo, con estas huestes relativamente pequeñas, pulverizó imperios de muchos millones de habitantes.
Un ejército invencible
¿Por qué su ejército era indestructible? La materia prima de Gengis Kan eran los jinetes y los caballos tártaros. Los primeros eran capaces de permanecer sobre sus cabalgaduras un día y una noche enteros, dormían sobre la nieve si era necesario y avanzaban con igual ímpetu tanto cuando comían como cuando no probaban bocado. Los corceles podían pasar hasta tres días sin beber y sabían encontrar alimento en los lugares más inverosímiles. Además, Gengis Kan proveyó a sus soldados de una coraza de cuero endurecido y barnizado y de dos arcos, uno para disparar desde el caballo y otro más pesado, que lanzaba flechas de acero, para combatir a corta distancia. Llevaban también una ración de cuajada seca, cuerdas de repuesto para los arcos y cera y aguja para las reparaciones de urgencia. Todo este equipo lo guardaban en una bolsa de cuero que les servía, hinchándola, para atravesar los ríos.
La táctica desplegada por Gengis Kan era siempre un modelo de precisión. Colocaba a sus tropas en cinco órdenes, con las unidades separadas por anchos espacios. Delante, las tropas de choque, formidablemente armadas con sables, lanzas y mazas. A retaguardia, los arqueros montados. Éstos avanzaban al galope por los espacios que quedaban entre las unidades más adelantadas, disparando una lluvia de flechas. Cuando llegaban cerca del enemigo desmontaban, empuñaban los arcos más pesados y soltaban una granizada de dardos con punta de acero. Luego era el turno de las tropas de asalto. Tras la legión romana y la falange macedónica, la caballería tártara se erigió en ejemplo señero del arte militar.
Gengis Kan en el campo de batalla

Pero Gengis Kan supo también ganar más de una batalla sin enviar ni un solo soldado al frente, valiéndose exclusivamente de la propaganda. Los mercaderes de las caravanas formaban su quinta columna, pues por medio de ellos contrataba los servicios de agentes en los territorios que proyectaba invadir. Así llegaba a conocer al detalle la situación política del país enemigo, se enteraba de cuáles eran las facciones descontentas con los reyes y se las ingeniaba para provocar guerras intestinas. También se servía de la propaganda para sembrar el terror, recordando a sus enemigos los horrores que había desencadenado en las naciones que habían osado enfrentársele. Someterse o perecer, rezaban sus advertencias.
La práctica del terror era para él un eficaz procedimiento político. Si una ciudad le oponía resistencia, la arrasaba y daba muerte a todos sus habitantes. Al continuar la marcha sus huestes, dejaba a un puñado de sus soldados y a unos cuantos prisioneros ocultos entre las ruinas. Los soldados obligaban después a los cautivos a recorrer las calles voceando la retirada del enemigo. Y así, cuando los contados supervivientes de la degollina se aventuraban a salir de sus escondites, hallaban la muerte. Por último, para evitar que ninguno se fingiese muerto, se cortaban las cabezas. Hubo ciudades en que sucumbieron medio millón de personas.
Un imperio en herencia
Tal fue la extraordinaria máquina militar con que Gengis Kan conquistó el mundo. En el invierno de 1227, las tropas mongoles, acompañadas por todos los hijos y nietos de Gengis Kan, emprendieron la marcha hacia el este, para invadir el reino tangut, en China. Cuando ya nada podía salvar a las poblaciones del fuego y de la espada, el viejo Kan se sintió próximo a su fin. Ninguna enfermedad se había manifestado en él, pero su instinto certero para la muerte le advirtió de que estaba cerca, y reunió a sus hijos para repartir los territorios de su vasto imperio: para el mayor, Yuci, fueron las estepas del Aral y del Caspio; a Yagatay le correspondió la región entre Samarcanda y Tufán; a Ogodei le fue otorgada la región situada al este del lago Baikal; para el hijo menor, Tuli, fueron los territorios primitivos, cerca del Onón.
Gengis Kan murió el 18 de agosto de 1227, antes de lograr la rendición china. Su última orden fue no divulgar la noticia de su muerte hasta que todas las guarniciones hubieran llegado a su destino y todos los príncipes se encontraran en sus campamentos. Durante cuarenta años había sido el centro del mundo asiático, al que había transformado con sus guerras y conquistas. Las tribus mongoles eran ahora un pueblo robusto y disciplinado, con generales y estrategas de talento educados en su escuela. Tras su fallecimiento, el enorme rodillo mongol siguió aplastando gentes y naciones. Sus sucesores dominaron toda Asia, penetraron aún más en Europa y derrotaron a húngaros, polacos y alemanes. Después, el imperio decayó hasta desaparecer. Los mongoles son hoy un ramillete insignificante de tribus nómadas, y Karakorum yace sepultada bajo las arenas movedizas del desierto de Gobi. Hasta el nombre de la ciudad se ha borrado de la memoria de las gentes.
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Newgrange "La piramide de Irlanda"



A 50 km del norte de Dublín se halla Newgrange un monumento funerario construido hace 5.100 años atrás, está alineado con la dinámica celeste por lo que en el solsticio de invierno a las cuatro minutos de la salida del sol un rayo penetra por una apertura especial y ilumina un grabado existente en interior de la cámara mortuoria dando un aro de misterio a esta edificación tan sorprendente.
Vista aerea
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